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Tal vez, como sugiere el autor, un día entramos al café como a la vida, y pasa el tiempo, llegan los tragos dulces o los amargos, y de pronto termina la época dorada de la existencia y cuando aún nos queda el último buchecito de un descafeinado, se acerca un mesero que no reconocemos y nos dice: Esta es su cuenta, señor. Ya vamos a cerrar. La vida a terminado.